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Tales y la ciencia

¿Por qué fue tan importante el interpretar el universo sin recurrir a las divinidades?

La ciencia ¿podría a ver surgido sin esa tradición?

Imaginemos que el universo es producto de los dioses, que lo tienen a su merced y pueden hacer con él lo que se les antoje.

Si tal diosa esta enojada porque el templo erguido en su honor no es suficientemente grandioso, envía una plaga.

Si un guerrero se halla en mal trance y reza al dios X y le promete sacrificarle reses, este puede enviar una nube que le oculte de sus enemigos.

No hay manera de proveer el curso el universo: todo depende del capricho de los dioses.

Sin embargo, esta idea fue cuestionada, por un gran personaje, llamado Tales.

Tales de Mileto (nació en Mileto, actual Turquía, 624 a.C. - 548 a.C.).

Fue filósofo y matemático griego. Iniciador de la escuela de Mileto, la primera de las escuelas filosóficas de la antigua Grecia, considerado el primer filósofo por su aspiración a establecer una explicación racional de los fenómenos de la naturaleza, trascendiendo el tradicional enfoque mitológico que había caracterizado la cultura griega arcaica.

Tales fue el primero que sostuvo la existencia de un arjé, es decir, de un principio constitutivo y originario común a todas las cosas, que identificó con el agua; inauguró con ello un tema recurrente en la filosofía presocrática y de vastas implicaciones en la tradición filosófica occidental.

En la teoría de Tales y sus discípulos no había divinidades que se inmiscuyeran en el designio del universo. El universo obraba de acuerdo su naturaleza. Las plagas y las nubes eran producto de causas naturales solamente. La escuela de Tales llego así a un supuesto básico:

El universo se conduce de acuerdo con ciertas leyes de la naturaleza que no pueden alterarse.

Este universo ¿es mejor que aquel otro que se mueve al son de las veleidades divinidades?.

Si los dioses hacen y deshacen a su antojo ¿quién es capaz de predecir lo que sucederá mañana? .

Bastaría que el dios del Sol estuviese enojado para que, a lo peor, no amaneciera el día siguiente. Mientras los hombres tuvieron fijada la mente en lo sobrenatural no vieron razón alguna para tratar de descifrar los designios del universo, prefiriendo idear modos y maneras de agradar a los dioses o de aplacarlos cuando se desataba su ira.

Lo importante era construir templos y altares, inventar rezos y rituales de sacrificio, fabricar ídolos y hacer magia.

Y lo malo era que nada podía descalificar este sistema. Porque supongamos que, pese a todo ritual, sobrevenía la sequía o desataba una plaga. Lo único que significaba aquello es que los curanderos habían incurrido en error u omitido algún rito; lo que tenían que hacer era volver a intentarlo, sacrificar más reses y rezar con más fruición.

En cambio, si la hipótesis de Tales y de sus discípulos era correcta – si el universo funcionaba de acuerdo con leyes naturales que no variaban -. Entonces sí que merecía la pena estudiar el universo, observar como se mueven las estrellas y como se desplazan las nubes, como cae la lluvia y como crecen las plantas, y además en la seguridad de que esas observaciones serian validas siempre y de que no se verían alteradas inapropiada mente por la voluntad de ningún dios.

Y entonces seria posible establecer una seria de leyes elementales que describiesen la naturaleza general de las observaciones.

La primera hipótesis de Tales condujo así a una segunda: la razón humana es capaz de esclarecer la naturaleza de la naturaleza de las leyes que gobiernan el universo.

Estos dos supuestos -el que existen leyes de la naturaleza y el de que el hombre puede esclarecerlas mediante la razón – constituyen la idea de la ciencia.

Pero ¡ojo!, son solo eso, supuestos, y no pueden demostrarse; lo cual no es óbice para que desde Tales siempre haya habido hombres que han creído obstinadamente en ellos.

La idea de ciencia estuvo apunto de desvanecerse en Europa tras la caída del Imperio Romano; pero no llego a morir. Luego, en el siglo XVI, adquirió enorme empuje. Y hoy en día, se halla en pleno apogeo.

Referencias

Isaac Asimov, Grandes Ideas de la Ciencia , Tales y la Ciencia.


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